
| Mª Adela Díaz Párraga |

Lastres es una preciosa villa marinera, perteneciente a la
Comarca de la Sidra, en tierras asturianas. Apoyada en la ladera, va subiendo
desde el borde del agua hasta las alturas del mirador de San Roque. Tiene una
maravillosa vista del mar, aunque ella misma es como una postal, con sus
casitas de colores, jalonando las calles empedradas. Un pueblo de pescadores
pequeñito, tranquilo, lleno de vida y color. Calles peatonales, muy en cuesta,
con casonas señoriales que se miran en el mar. Pertenece a los Pueblos más
bonitos de España, y en 2010 fue Pueblo Ejemplar Asturiano. Sábada fue su
nombre primitivo, de ahí la iglesia dedicada a Santa María de Sábada, y viene
de los tiempos en que los romanos huían de los puertos con guarniciones y
buscaban los pequeños cobijos que les ofrecían más seguridad. En aquellos días,
Lastres enviaba a Roma además de los ricos minerales, sus famosos caballos
asturcones. En 943, el rey Magnus, le otorgó bienes. Dicen, que lo de Lastres,
viene de tres familias que llegaron de otros lugares, y que encontraron en esta
tierra el sitio ideal para sus tareas pesqueras, así que levantaron aquí sus
tres casas. También que proviene de unos peñascos lisos y bruñidos, laxas,
llastres en asturiano. Y con el nombre de San Martin del Sella, fue escenario
de la famosa serie televisiva “Doctor Mateo”.
Tiene muy buenas cosas por ver, antes les mentaba sus
casonas y palacios cuajados de blasones, que se remontan al XVII y XVIII, su
época de mayor esplendor. Ahí tienen la Casa de los Robledo, un edificio
barroco del XVIII, de los más antiguos de Lastres. Perteneció a la familia de
este apellido, y conserva la portada con la decoración propia del barroco. La
Casona de Don Pedro Suerpérez, que es algo muy curioso, porque por lo irregular
del suelo, tiene en la fachada principal tres plantas, y en la de atrás, solo
una. Entre las ventanas del piso principal, está el escudo con el águila de los
Suerpérez, y el de los Cantillo. En la última planta, hay un balcón corrido de
madera. O el Palacio de los Vallados, que ahora se ha convertido en hotel,
donde se mezcla todo el encanto y la solera de siglos con las más modernas
comodidades. Se levanta en el centro de la villa, muy cerca de la playa.
Y magníficas iglesias, encabezadas por la de Santa María de
Sábada, que hicieron en el XVIII, en estilo barroco, aunque el campanario lo
hicieron en el XIX. Su hermosa fachada, mezcla el barroco y el renacentista, y
en su interior tiene un precioso Retablo Mayor, y una magnífica imagen
renacentista del Crucificado. Subiendo hacia lo alto de la villa, se llega a la
entrañable Capilla de San Roque, que mandaron edificar allá por el XVII los
Robledo, una de las más ricas familias de armadores. Es de una sola nave,
cubierta a dos aguas, y pórtico con columnas. A San Roque se le veneraba ya en
el siglo XV, pero su imagen enmarcada en cuatro columnas dóricas, es del XVI.
Y a su lado, el Mirador de San Roque desde el que se puede
admirar Lastres y su puerto, la Sierra del Sueve, y todo el litoral con la
playa de La Griega, un lugar de aguas transparentes y arena dorada. De ahí
arranca un sendero que lleva hasta el yacimiento de icnitas, de huelas de
dinosaurios, que dicen son de las más grandes del mundo. Por cierto, que aquí
hay un restaurante, donde no sería mala idea hacer parada. Y hablando de
playas, tienen que ver la del Astillero. Que se llama así, porque en ella se
han reparado los barcos durante siglos, antes de que se hiciera el puerto. En
estas aguas, desemboca el río Astuera.
No pueden dejar de ver la Ermita de San José, una capilla
barroca, que hicieron los marineros de la villa en el XVI; aunque ahora es
propiedad privada. Es de una sola nave, con bóveda de crucería y pórtico sobre
columnas. De finales de ese siglo es su precioso Retablo, y hay unas hornacinas
con la imagen de San José con el Niño, de San Juan Bautista y San Francisco. Y
en el Barrio de los Balleneros está la Capilla del Buen Suceso, también del
XVI, y lo más insólito que se puedan imaginar. Está en una calleja estrecha,
muy empinada, empotrada entre dos edificios, y es muy pequeñita. Dentro tiene
un retablo barroco policromado del XVII, el estandarte de la Cofradía, y en las
hornacinas la Virgen del Buen Suceso, la Virgen con el Niño y Santo Tomás de
Aquino. No se puede visitar, pero se ve el interior por la celosía que hay en
la entrada.
En el siglo XV, hicieron una torre defensiva que, en el
XVIII, se convirtió en la Torre del Reloj, una altiva torre de doce metros de
altura, que da fe de los buenos tiempos de Lastres. Nada menos que de Londres
se trajeron el reloj. Es la mar de entretenido pasear por la Calle Real, en el
casco histórico, llena de casitas que rezuman aires marineros. En sus tres
plantas hay un estallido de color, adornado con balcones de madera, y en el
bajo, casi siempre, la bodega. Pasear por el puerto, donde sigue el color que
reina en toda la villa. Un mar azul recoge el cabeceo de sus muchos barquitos,
y para que nada falte, hay dos cañones que presumen de proteger la bahía. Al
lado, una playita de aguas claras, resguardada del oleaje, y con unas vistas
preciosas. A unos cuatro kilómetros, el
Faro de Lastres. Un lugar tranquilo, en el que solo se escucha el rumor de las
olas.
Y cuando sientan un picorcillo en el estómago, disfruten un
buen cachopo, relleno de carne, jamón cocido, queso y pimiento rojo. O el pixín,
el rape, feo, pero de lo más sabroso, cocinado de muchas maneras. Y el pastel
de cabracho, que creó allá por los setenta del pasado siglo Juan Mari Arzak. Y
por supuesto, no se olviden de saborear una buena fabada.